La carrera

Por Tomás Vela

 

 

Es una carrera, sólo una carrera. Y sin embargo, no es sólo una carrera.

Es la carrera donde se juntan el entrenamiento de tantos años y el respaldo incondicional que éste da al atleta. No importa si ganas o pierdes: tu entrenamiento estará ahí para brindar contigo o hacerte sentir mejor con tu próximo paso.

Es una carrera, sólo una carrera.

Metro a metro, pulgada a pulgada, paso a paso; cultivamos ese respaldo en el entrenamiento. 

Cuanto más disfrutemos ese cultivo más grande y fuerte crecerá ese respaldo.

Y sin embargo, no es sólo una carrera.

Es la carrera.

Es la única carrera que tiene tu ahora.

¿Cómo quieres correrla?

 

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¿Competir nos hace mejores?

Por Norberto Levy

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-¿ES BUENO COMPETIR?
-Competir es bueno en las situaciones en las que es necesario competir. Y es destructivo en las situaciones en donde no hay que competir. Espero que podamos distinguir estas dos áreas porque sobre eso hay mucha confusión. Veamos entonces para qué sirve: La competencia es útil como una forma de seleccionar al más apto para acceder a algo de lo cual no hay disponibilidad para todos. Es clásico ver entre los animales la competencia de dos machos por una hembra, por el territorio, o por un lugar en las jerarquías sociales que organizan esa comunidad. Entre nosotros los humanos pasa también lo mismo y alrededor de los mismos temas. Dos varones compitiendo por una mujer o viceversa, dos o más postulantes para ocupar un cargo laboral o la típica competencia deportiva: varios competidores para alcanzar la copa y sus premios. Otra función que cumple es que ayuda a conocerse más a través de la comparación que está implícita en la competencia, por eso es muy común entre chicos y adolescentes: Los otros me dan un marco de referencia que me ubica en qué lugar de la escala estoy.
Y la otra función que cumple es que es uno de los estímulos, aunque no el más importante, para el mejoramiento personal: ¡A ver quién lo hace mejor !…, hasta aquí se llegó, veré si puedo superarlo…!


¿QUÉ QUIERE DECIR COMPETIR BIEN?
-Uno compite bien cuando:
1) Uno reconoce que la situación requiere competir,
2) Cuando uno entrega lo máximo de sí para lograr el mayor rendimiento,
3) Cuando uno  sabe que puede ganar o perder y está preparado para los dos resultados.
Estar preparado para perder quiere decir que uno puede evaluar el propio rendimiento y entrega, más allá del resultado. Es decir, cuando apuesta al máximo rendimiento y no queda «colgado» exclusivamente del resultado final. El deporte es un buen ejemplo de esto. Cuando al perder puedo sentir: «yo entregué lo máximo de mí. Estoy satisfecho (o no) con lo que hice. El otro me ganó porque lo hizo mejor. Me duele haber perdido pero felicito a mi rival por su performance». Por la confusión que tenemos, solemos creer que esa actitud es debilidad, falta de determinación, y el pasaporte seguro para seguir perdiendo, y en realidad es exactamente lo contrario. Afortunadamente hay un creciente número de deportistas que ya lo están comprendiendo. Uno de los tenistas más destacados, declaró: Ser un buen perdedor cuando a uno le toca perder es lo que más ayuda a progresar.
4) Cuando uno reconoce que competir también tiene sus reglas y que lo prioritario es lograr el propósito, es decir ganar, respetando las pautas convenidas.


-¿ESTO TIENE QUE VER CON EL «GANAR COMO SEA»?
-Efectivamente. Esa es una frase muy común que se la usa como sinónimo de intensa voluntad de triunfo y sin embargo lo que expresa es algo muy distinto: que el modo no importa, que lo único que vale es el fin, es decir, es otra forma más de «el fin justifica los medios». Esta es una de las distorsiones más graves del competir.   Cuando uno busca perfeccionarse en las triquiñuelas, en el «como sea», simultáneamente va descuidando la capacitación necesaria para triunfar «en buena ley».  Esta actitud, que en la Argentina se llama «la avivada», conduce no sólo a la corrupción, sino también en el mediano y el largo plazo, a  la ineficacia y la decadencia. 


-¿EXISTE EL MIEDO A GANAR?
-Se habla mucho de eso, pero en realidad, lo que la inmensa mayoría de las personas con dificultad para ganar padece es el miedo a NO ganar, es decir, miedo a perder. La confusión se produce porque se manifiesta como dificultad para ganar, pero la causa profunda es otra: muchas ganas de ganar y mucho miedo a perder. Creemos que las ganas de ganar son siempre beneficiosas, pero no es así. Cuando son excesivas y no están equilibradas, son contraproducentes: producen tensión, rigidez y torpeza. Aunque parezca paradójico lo que más ayuda a ganar en una competencia es estar preparado para perder. Eso es lo que da la calma mínima necesaria que le permite a uno desplegar lo mejor de sí. Y lo que se suele alentar es exactamente lo contrario!. Los deportistas declaran, y es socialmente muy valorado: ¡Voy a ganar sí o sí y ni contemplo la posibilidad de perder. Esa es la actitud más inadecuada para encarar una competencia y es la expresión de una equivocadísima creencia que existe acerca de qué es tener «espíritu ganador».


-¿EN QUE SITUACIONES NO ES NECESARIO COMPETIR?
-Los seres humanos realizamos muchas interacciones: jugar, aprender, crear, cooperar, resolver problemas, construir, disfrutar, padecer, compartir, enseñar, curar, crecer, asociarnos, separarnos, amar, respetar, acompañar, contemplar, etc. ….. y competir es una acción más, entre ellas. Podríamos decir que «la casa de la vida» tiene más de cien habitaciones, y una de ellas, sólo una de ellas es la competencia. Y por una extraordinaria y grave confusión, lo que es una habitación de la casa lo hemos convertido en la casa misma. Esto es lo que llamamos la cultura competitiva.


-¿Y EN QUE CONSISTE LA CULTURA COMPETITIVA?
-La cultura competitiva es la que considera el ganar como el valor supremo. Una frase popular americana dice: «ganar no es todo…, es lo único». Un empresario televisivo declaró: «no quiero volver a mi casa, cada día, sin haberle torcido el brazo a alguien». Una persona me comentó: «Cuando llego a un lugar nuevo, lo primero que me pregunto es: ¿quién es acá el enemigo?»  Cuando esto ocurre quiere decir que ya se ha instalado no sólo como actitud si no también como modelo mental para comprender y actuar en cada situación. Entonces veo competencia y actúo competitivamente en todos lados, aún donde la competencia no es necesaria: en la pareja, en la familia, entre  amigos, en un equipo de trabajo, etc. Converso con un niño y le pregunto: «¿a quién querés más, a tu papá o a tu mamá?» Y así voy diseminando y expandiendo ese «virus» psicológico destructivo que es la competencia innecesaria. Y esto es una verdadera desgracia para todos. Cuando la competencia se instala en espacios que están regidos por la cooperación, la trama básica del intercambio fértil se desgarra, ya sea el individuo mismo, la familia o el tejido social. Y eso preanuncia, a la corta o a la larga, desintegración y catástrofe. Se dice, y con razón, que toda comunidad en la que predomine el yo (de la competencia) por sobre el nosotros (de la cooperación) es inviable.


-¿PORQUE ES TAN FUERTE LA CULTURA COMPETITIVA?
-En parte creo que es una etapa inmadura en la evolución de la conciencia de la especie humana.
Además está fortalecida por creencias equivocadas: una de ellas es la que dice que la esencia de la vida es la de ser una batalla permanente en la que sobrevive el más fuerte. Esa es la visión darwiniana de la vida. Desde ya que discrepo con esta creencia. Creo que la batalla existe pero es un componente parcial de la totalidad. Me inclino más hacia una visión sistémica de la vida en donde lo esencial es la complementariedad y la cooperación. David Bohm, premio Nobel de física, presentaba este punto de vista en un Simposium y le preguntaron: «¿Ud. cree, entonces, que la mente competitiva es señal de debilidad?»,  y él contestó: «No, la mente competitiva es sencillamente un error, es la señal de una confusión.» Los participantes rieron ante lo sorpresivo de la respuesta, pero cuando la conciencia percibe la unidad que subyace en todo lo existente y reconoce a cada una de las partes como componentes necesarios de esa unidad,  puede ver inmediatamente el error de la competencia. Lo ve con la misma claridad con que observaríamos el disparate de la mano derecha compitiendo con la izquierda.
¿Podemos imaginar la escena en la que, mientras nos lavamos las manos, la izquierda no coopera con la derecha y viceversa, en la tarea de tomar el jabón, frotarse, dejarlo para enjuagarse, secarse, etc.? Y que no lo hacen porque cada una quiere ser la ganadora en la acción de lavarse las manos…
Por más absurdo que parezca, eso es lo que hacemos en el marco social cuando nos movemos en la cultura competitiva.


-¿EN QUE OTRAS AREAS COMPETIMOS INNECESARIAMENTE?
-Hace poco volvieron unos jóvenes de las Olimpíadas de Matemáticas. Estamos tan habituados a la intoxicación de la cultura competitiva que ya nos parece normal, pero observemos este ejemplo con sencillez e ingenuidad. ¿Qué función cumple la competencia en las matemáticas? ¿No es acaso forzarla dentro del molde de la competencia porque no hay otro modelo mental que organice un encuentro atractivo entre matemáticos? ¿No sería interesante que los organizadores utilizaran su inteligencia para diseñar un problema común que para ser resuelto requiriera de la colaboración de todos y que el resultado fuera: o todos logran -y comparten la celebración- o no lo resuelven y comparten la frustración?
De ese modo utilizarían a las matemáticas para lo que realmente sirve: resolver problemas, y entrenarían a los participantes en el delicado arte de compartir, distribuir tareas, intercambiar, aprender, integrar, aplicar, comprobar, etc.
Pareciera que creemos que sólo existe la motivación para ganar y el placer de ganar y nos hemos desconectado de otra forma de disfrute que es mucho más profunda y sostenida: la experiencia del desafío común y el logro compartido.


-¿LA COMPETENCIA NO ES EL MOTOR DE LA EXCELENCIA?
-Es un motor, pero apenas un pequeño motor accesorio. De ninguna manera es el motor principal. Y sin embargo se lo suele ver al revés. Vamos a mostrarlo en el plano deportivo por una cuestión didáctica pero vale para todas las áreas: Mucha gente cree que cuanto más odie al rival mejor jugará. Esa actitud lleva a logros fugaces y a catástrofes reiteradas. De todos los ingredientes que estimulan la excelencia, la competencia ocupa un lugar menor. Quien se apoya en ella como columna vertebral acumula más tensión, tortura, y depresión que logro. El motor más poderoso de la excelencia es el amor a la excelencia y el disfrute que siento mientras hago lo que hago.
Cuando uno ha perdido la capacidad de disfrutar lo que hace, busca «remendarlo» apoyándose en «el placer de ganar». Para sentirse bien entonces necesita ganarle a alguien y que haya un perdedor al lado. Ese camino lleva inevitablemente al stress, la soledad y  la depresión.


-¿ES BUENO COMPETIR CON UNO MISMO?
-Es frecuente escuchar: tengo que ganarle a mi parte miedosa y hacer eso que siempre quiero hacer y no puedo… Es importante que sepamos que si derroto a mi parte miedosa, ella se queda peor, con más miedo que antes y allí se inicia un círculo vicioso que la agrava cada vez más. A la parte miedosa no hay que vencerla, hay que curarla, que es muy distinto. Eso significa escucharla, respetarla y brindarle el trato interior que necesita para que pueda sentirse respaldada y fortalecida. Este cambio de actitud es tan importante que destino un capítulo de mi libro: La Sabiduría de las Emociones a mostrar ese cambio en todos sus detalles. La actitud de derrotar lo que no me gusta de mí es otra distorsión de la cultura competitiva que aplica el modelo de batalla a todo, aún en las áreas de la salud. Y cuando en el terreno de la salud -física o psíquica- se libra una guerra, irremediablemente todos pierden.


-¿Y LA COMPETENCIA POR EL PODER?
-En las relaciones primarias de afecto, es decir la pareja, la familia, los amigos, no rige la ley del poder en el sentido de alguien que manda y otro que obedece. La ley que rige es la de la interconsulta, la propuesta y el acuerdo consensuado. Esto parece que nos cuesta mucho entenderlo. Creemos que el orden y la organización surgen sólo cuando se define quién manda y quién obedece, y luego se produce la competencia para ver quien ocupa cada lugar. Pero no es así. Por eso es que es bueno distinguir áreas. En las estructuras jerárquicas verticales esos roles son necesarios, pero aún allí cuánto menos se apele a esa forma de tomar decisiones, mejor.  Y en el espacio de las relaciones afectivas entre adultos, el orden más satisfactorio, más sustentable y más creativo se produce cuando todas las voces son escuchadas y respetadas y las decisiones que se toman pueden ser suscriptas por todos los participantes. Esto es precisamente lo que caracteriza a un buen equipo: la cooperación y la solidaridad. Y esto no es, como suele creerse, una utopía ilusoria, apta sólo para seres con espíritu de santos. Es simplemente la actitud de una conciencia humana adulta que ha comprendido que esa es la naturaleza de la vida, y por lo tanto el mejor combustible para el funcionamiento eficaz y placentero de un grupo, que redunda, en última instancia, en beneficio de todos.

 

Fuente: Entrevista brindada a Fabian Cataldo para “Salud alternativa”

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La dignidad del miedo

Por Norberto Levy

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Así como en el plano físico cada órgano (hígado, cerebro, riñones, corazón) cumple una función específica y necesaria, en el universo emocional cada emoción cumple también una función de igual importancia.

Existen emociones que nos informan acerca de lo que tenemos (alegría, gratitud, confianza, solidaridad, etc.) y otras que nos informan  acerca de algo que nos falta  (tristeza, miedo, envidia, culpa, etc.) A estas últimas se las suele llamar «negativas», y no lo son. Son en realidad valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos experimentando en ese momento.  Por ejemplo,  el miedo es la sensación de angustia que nos informa que hay una desproporción entre  la amenaza que enfrentamos y los recursos que tenemos para encararla. Si el peligro tiene “valor diez” y los recursos son también “valor diez” no se producirá miedo.  Si en cambio, los recursos son “valor cinco”, el miedo surgirá y será la señal que nos avisa de esa desproporción. En ese sentido podemos comparar al miedo con la luz roja del tablero del automóvil que se enciende e indica que hay poca nafta. El problema no es la luz sino lo que pone en evidencia: que falta combustible. La luz roja es una valiosísima señal que nos remite a resolver ese problema. Lo que necesitamos es aprender a tratar al miedo con la misma eficacia con que tratamos la luz del tablero, y eso es posible.

 

CREENCIAS ERRÓNEAS

Uno de los factores que perturba esa posibilidad son las creencias equivocadas que tenemos acerca del miedo. En general pensamos que es una “emoción negativa”, que es señal de debilidad y cobardía, que es mejor no escucharlo porque sino no haríamos nada, que los hombres no tienen miedo… que el problema es el miedo y que si por el camino que fuera lográramos no sentirlo, no tendríamos las angustias estériles que el miedo nos trae.

Cuando nos apoyamos en esas ideas tapamos y maltratamos al aspecto miedoso y ahí es cuando el miedo comienza a convertirse en un problema que paraliza y hace sufrir.

 

QUÉ HACEMOS CON EL MIEDO

Es bueno recordar que no sólo sentimos miedo sino que a continuación reaccionamos ante ese miedo que sentimos, y podemos sentir vergüenza, rabia, desprecio, impotencia o miedo por tener miedo. Es decir, se produce una reacción emocional en cadena, y lo interesante es que según sea esta segunda reacción será el destino del miedo original.

Si nos da miedo sentir miedo tratamos de suprimirlo porque nos parece que nos va a sobrepasar y desorganizar. Si nos da rabia nos enojamos con la parte miedosa y solemos retarla y castigarla. Si nos avergüenza, la escondemos. Y así,  cada una de estas segundas reacciones produce una actitud específica hacia el miedo original.

A la parte miedosa se le agrava entonces su condición y tiene dos amenazas: la externa (el examen, la enfermedad, el rechazo, o lo que sea el motivo del miedo) y la interna, que es la propia reacción interior.

 

LA REACCIÓN DEL MIEDO

Matías me consultó por miedo a la soledad. Le pregunté: “Si imaginaras que esa parte miedosa estuviera enfrente ¿qué le dirías? …y mirando hacia ese espacio le dijo: “¡estoy harto de ese miedo absurdo que tenés que no me deja vivir… me dan ganas de abofetearte para que despiertes…!”

Lo invité entonces a que tomara el lugar de la parte miedosa y viera cómo se sentía al escuchar eso.

Desde ahí respondió: “Ahora me siento peor y más solo que antes…”

Esta es una de las típicas reacciones interiores que agravan el miedo original. En ella se suman el enojo ignorante que cree que abofeteando a la parte miedosa la va a transformar, y la creencia, ignorante y frecuente también, de que hay miedos absurdos.

Ambas forman parte de  la evaluación que hacemos acerca de lo que sentimos, y esta evaluación es continua, seamos o no, concientes de ello. Algunas de esas reacciones nos ayudan efectivamente a cambiar y otras, como las que describimos recién, nos dejan más asustados que antes. Y esto es así no porque el evaluador sea malo sino porque es ignorante y no sabe cómo ayudar. Nosotros somos los dos, tanto el que tuvo miedo como el que lo evalúa. Somos ese equipo, y según cómo se relacionen entre sí será nuestro destino psicológico: insatisfacción crónica o crecimiento.

Y dado que es una función tan importante ¿Qué puede hacer el evaluador, por ejemplo ante el miedo, para aprovechar esa emoción en lugar de sólo padecerla?

Primero: Legitimarla y escucharla. Legitimar no es consentir. No es: «Está todo bien, y… a otra cosa». Eso anestesia pero no ayuda. Legitimar quiere decir que se reconoce que hay un problema, pero que quien lo padece no merece reproche por eso, sino ayuda. Hay personas que dicen: «Yo no escucho a mi parte miedosa porque si la oyera nunca haría nada». Esa actitud funciona durante un tiempo muy corto pero la parte miedosa no escuchada y maltratada sigue creciendo y en algún momento, activada por una situación tal vez menor, irrumpe de golpe con todo el miedo acumulado y se produce lo que conocemos como crisis de pánico.

Podríamos compararlo con una angina. Si la reconocemos y asistimos, llega hasta ahí y remite. Si no escuchamos ni atendemos esa señal, crecerá y se hará neumonía.

La crisis de pánico es el equivalente psicológico de esta neumonía.

Segundo: Una vez que la hemos escuchado, preguntarle: ¿Cómo necesitás que te trate y te hable para que puedas sentirte acompañada y ayudada por mí?

Es importante saber que si se le da el tiempo suficiente, esa parte miedosa lo va descubriendo, y la experiencia clínica muestra que ese trato que necesita, en la mayoría de los casos no coincide con el que recibe diariamente.

Tercero: Intentar tratarla como lo acaba de pedir. Eso se logra cuando el evaluador interior se conecta con un componente esencial de su rol, y es que su tarea consiste en evaluar para enriquecer, no para destruir a lo evaluado.

Que una parte de uno mismo le hable a otra y después esa otra le conteste, tal como ocurre entre dos personas, parece algo extraño, pero de hecho esa conversación interior existe, aunque no la percibamos con claridad.

Este ejercicio intenta amplificar esas voces y transformar su antagonismo en  cooperación.

Cuando hay cooperación interior entre el evaluador y el evaluado se va pudiendo encontrar, ante cada situación que despierta miedo, cuáles son los recursos psicológicos que faltan para poder enfrentarlo y cómo desarrollar dichos recursos. Y cuando tales recursos no se pueden desarrollar, la retirada, al ser consensuada, deja de ser conflictiva pues forma parte del derecho que me asiste de elegir las condiciones más propicias para mi desempeño. Como dice el I-Ching: Saber emprender correctamente la retirada no es signo de debilidad sino de fortaleza…

En la medida en que uno se ejercita en el despliegue de estos diálogos interiores, el miedo va recuperando su dignidad original perdida y vuelve a ser la valiosísima señal de alarma que es.

 

 

El Miedo | Autoasistencia Psicológica

 

Fuentes:
Texto y video; http://www.autoasistencia.com.ar
Imagen; http://reiki-kdr.blogspot.com/2011/10/10-aspectos-sobre-el-miedo-al-fracaso.html

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Enfermedad mental y estigma

Por 1decada4.es y Consejería de Salud de la Junta de Andalucía

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La persona con enfermedad mental debe afrontar una doble dificultad para recuperarse: la enfermedad en sí y los prejuicios y discriminaciones que recibe por padecerla. Es el estigma social, una carga de sufrimiento que incrementa innecesariamente los problemas de la enfermedad y constituye uno de los principales obstáculos para el éxito del tratamiento y de la recuperación

 

Los sentimientos de vergüenza y estigmatización que provoca esta enfermedad entre quienes la padecen y sus familiares son la causa de que actualmente muchos enfermos y enfermas no estén diagnosticados/as ni tratados/as, especialmente al comienzo del trastorno, cuando el éxito del tratamiento es mayor. Asimismo, el miedo y la aversión de la sociedad cierra muchas puertas a estas personas: sanitarias, laborales, de vivienda o de relaciones sociales.

El origen del estigma está en estereotipos y mitos injustos heredados de siglos de incomprensión hacia la enfermedad mental. El silencio que la rodea y que la ha convertido en tabú ha mantenido el estereotipo, que es una idea o imagen aceptada de común acuerdo por la sociedad y que permanece invariable. La reiteración de esos estereotipos ha creado sólidos prejuicios, que se ven reflejados en pensamientos y actitudes arbitrarias o parciales respecto de la enfermedad o las personas que la padecen, sin analizar si existe alguna razón que lo justifique.

Finalmente, el prejuicio se plasma en la discriminación, por la cual individuos o grupos de una sociedad privan a otros de sus derechos o beneficios y les dan un trato de inferioridad. En un principio, la estigmatización tendría un carácter originariamente moral, pero con serias consecuencias, ya que se identifica al grupo segregado con el estigma mismo. Al tratar a la persona con enfermedad mental, se hace exclusivamente según su enfermedad, no como una persona como otra cualquiera.

 

LAS ETIQUETAS

El estigma es la etiqueta que se pone sobre la persona y resulta muy difícil desprenderse de ella. Llega a ocultar a ese hombre o esa mujer, porque se la identifica plenamente con el hecho por el que se le etiqueta. El lenguaje da buena muestra de cómo la enfermedad mental se identifica como único rasgo de la personalidad de quienes la padecen. Si tiene esquizofrenia, pasa a ser “esquizofrénico”; si sufre depresión, es una “depresiva”. Algo que actualmente no sucede con otras enfermedades, porque a quien padece cáncer no se le llama “canceroso”.
Una vez que la sociedad subraya la diferencia resulta muy difícil para la persona ser aceptada. Además, la presión interna que sufre para asumir los estereotipos de incapacidad e inutilidad hace que los síntomas de la enfermedad sean más persistentes y creen una sensación de discapacidad.

 

EL AUTOESTIGMA

Una de las consecuencias más graves de la discriminación es la creación del autoestigma. Los prejuicios en muchos casos afectan al enfermo o la enferma hasta el punto que los asumen como verdaderos y pierden la confianza en su recuperación y en sus capacidades para llevar una vida normalizada. Estereotipos y prejuicios acaban por instalarse en la persona, que asume esas actitudes marginadoras y se autodiscrimina. Se generan así reacciones emocionales negativas, se pierde la sensación de dominio sobre su situación personal, incapaz de buscar trabajo o vivir de forma independiente, y es posible que ni siquiera lo intente. Ello le puede llevar a fracasar en su tratamiento, y rechazar más la enfermedad mental que los familiares o el personal de los servicios de salud mental que le atiende.

 

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La palabra “Estigma” proviene del griego y significa “atravesar, hacer un agujero”. El término fue creado para referirse a signos corporales con los que se intentaba exhibir algo malo, como a los esclavos y los ladrones a quienes se estigmatizaba con hierro candente. El término se ha empleado a lo largo de los siglos para indicar que ciertos diagnósticos despiertan prejuicios contra las personas. Por ejemplo, durante la Edad Media, un grupo discriminado fue el de quienes padecían lepra. Más recientemente, a quienes padecen cáncer o sida. La discriminación a las personas con enfermedad mental ha sido una constante a lo largo de los siglos.

 

¿Cómo puedes ayudar a reducir el estigma?

  • Empieza por ti. Las actitudes sólo cambian de persona en persona. Reducir el estigma empieza por ti: repasa tus percepciones sobre la enfermedad mental. ¿Pones etiquetas y estereotipos a personas que la padecen? Puedes comprobar si crees los falsos mitos que la mayoría de la sociedad todavía mantiene.
  • No equipares a personas con su enfermedad. Por ejemplo, una persona con esquizofrenia no es “un esquizofrénico” o “una esquizofrénica”.
  • Informa a los demás. Corrige con tacto las percepciones erróneas sobre la enfermedad mental que observes en otras personas. Comenta y critica noticias en los medios de comunicación, películas o libros que reproduzcan estereotipos y perpetúen el estigma.
  • Participa. Accede al Observatorio, haz partícipe a quienes ofrecen informaciones o comentarios inadecuados o felicita a quien ofrece una imagen objetiva de la enfermedad mental.

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Fuente original: http://www.1decada4.es/volvamosapensar/enfermedadyestigma/
Fuente imagen principal: http://alcaerlamedianoche.blogspot.com/2010/12/fobia.html
Notas complementarias:
-Cómo se crea el estigma (http://www.1decada4.es/volvamosapensar/enfermedadyestigma/como/)
-Eliminar el estigma (http://www.1decada4.es/volvamosapensar/eliminarestigma/)
-Mitos y realidades sobre las enfermedades mentales y las personas que las padecen (http://www.1decada4.es/volvamosapensar/enfermedadyestigma/mitosrealidades/realidades/)

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Ego vs. Autoestima sana

Por Eckhart Tolle

 

 

 

(Fuente: http://youtu.be/i22vb2GDW7M)

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Reencarnación

Por Dr. Norberto Levy

 

 

 

¿Tuvimos otras vidas?

Preguntarnos acerca de otras vidas implica preguntarnos: ¿para qué tener varias vidas? ¿Quién las tiene?, ¿hay algún estado a alcanzar? Y en ese caso ¿cuál es  y cómo se llega hasta allí?

Para intentar responder estas preguntas vamos a apelar a una metáfora. Imaginemos que cada hoja de un árbol tuviera conciencia, nombre y apellido, parientes y amigos, que recordara sus experiencias, etc. y que pudiera decir: «yo soy esta hoja que soy». Cuando llega un nuevo otoño se pone amarilla, se va secando, se siente envejecer, y un día muere y cae. Podemos imaginar qué sentiría antes de morir: «Todo se acaba para mí. Soy hoja y eso está terminando. ¡Qué dolor!, ¡qué pena!, ¡qué miedo…!

 

¿Eso es lo que llamamos angustia ante la muerte?

Exactamente. Imaginemos ahora que después de muchos ciclos, una nueva hoja que nace, siente: «En realidad lo que yo soy es árbol. Soy árbol experimentándome como hoja. Viviré durante un tiempo esta experiencia de ser hoja…».  Cuando la hoja ha desarrollado «conciencia de árbol», sabe que al morir en el próximo otoño, no morirá completamente, que lo que termina es sólo una forma, un ciclo que finaliza. Algo similar a lo que sentimos los humanos cuando completamos cualquier ciclo de nuestra vida.

 

¿Y cómo se pasa, siguiendo con su metáfora, de «la conciencia de hoja» a la «conciencia de árbol»?

Ese es precisamente el punto central. Esa expansión de conciencia no es inmediata. Necesita recorrer un camino, realizar un aprendizaje.   Cuando la «conciencia de hoja» nace, está tan enfocada en esa condición que sólo se percibe como hoja: su color su forma, lo que puede y no puede hacer… Mira a su alrededor y sólo percibe diferencias. Hojas, todas distintas. Es conciente de sí misma y se siente sola y separada del resto.

En el plano humano ocurre algo semejante: necesitamos recorrer muchas experiencias para que la conciencia individual pase de «conciencia de hoja» a otro nivel más expandido: «conciencia de árbol» en la metáfora, o «conciencia de ser» en el nivel humano. La extensión de ese camino, en la mayoría de los casos, supera largamente la duración de una vida individual. Es en este contexto en el que podemos imaginar una sucesión de vidas individuales. Desde esta perspectiva, entonces, cada vida individual puede ser concebida como un domicilio temporario en el cual la conciencia hace su proceso de aprendizaje y crecimiento. Ese sería el para qué de tener varias vidas.

 

¿Y qué es lo que tenemos que aprender?

A mi juicio, lo que básicamente tenemos que aprender es que somos «hojas» integrantes y concientes del «gran árbol universal», que la trama que nos constituye es el Amor y poder expresar ese Amor en la Tierra.

Cuando sólo nos percibimos como individuos separados -como hojas sueltas- y nos relacionamos con otros, surge, desde el miedo, la necesidad de acumular, poseer, dominar, y ese es el caldo de cultivo de todas las batallas. Esto es lo que se expresa en el mito de Caín y Abel, el primer crimen en el Antiguo Testamento. Caín mata a Abel porque se siente excluido ante Jehová.  La conciencia que cometió ese crimen alberga también, en un nivel más profundo, un intenso dolor y una necesidad de reparación. Las peripecias que recorre para realizar ese aprendizaje es parte de la trama argumental de las experiencias que atravesará, hasta resolverlo. ¿Y qué quiere decir resolverlo? Estar en condiciones de enfrentar la misma escena y poder producir otra respuesta, que resuelva la situación de exclusión, de un modo que sea consensuada por ambos y en la que no haya daño para los protagonistas.

Y hay muchos «Caínes y Abeles» en este momento recorriendo ese itinerario.

Naturalmente que cuando hablamos de estos procesos estamos hablando no sólo de la individualidad particular, acotada en el nombre y apellido, sino también de otro nivel de  identidad, más profundo, que solemos llamar el alma.

 

¿Qué es el alma y en que se diferencia del cuerpo y del espíritu?

Siguiendo con la metáfora, el espíritu es la «conciencia de árbol» que está presente en todas las partes del árbol y en ninguna parte en especial. El alma es la «conciencia de árbol» en la hoja, es decir es el punto focal de la «conciencia de árbol». Por lo tanto es la conexión que la hoja tiene con el árbol. Por último, el cuerpo está representado por los componentes físicos concretos de la hoja.

Cuando describimos estas diferentes dimensiones podemos reconocer en «la hoja» varios niveles de identidad, todos coexistentes. Tanto la hoja particular que nació en alguna primavera y morirá en algún otoño, como esa matriz básica, esa otra identidad, presente también en la misma hoja y que es similar a la que existía en la hoja del año anterior y continuará en la que la sucede.

Algo equivalente nos ocurre a los seres humanos: luego de siete años hemos renovado todas las células de nuestro cuerpo, pero mantenemos las matrices básicas alrededor de las cuales se forman las nuevas células. De modo que en el plano estrictamente físico somos completamente distintos, pero en las pautas de organización seguimos siendo los mismos, en otro cuerpo. En ese sentido podríamos hablar también de «reencarnación». Si la percepción de mí mismo quedara enfocada exclusivamente en las células particulares que me constituyen no podría reconocerme como una misma identidad a través de los años.

Lo presento así para que podamos ver los diferentes niveles en los que se manifiesta el proceso de «reencarnación».

 

¿Ud. cree que tuvo otras vidas?

Tal vez estén en mí, como en todos, todas las vidas que tuvo la vida hasta hoy, aunque en cada uno tengan un diferente grado de énfasis, de presencia; Creo que las matrices, ciertas modalidades y conflictos básicos que ahora estoy viviendo en el envase Norberto Levy tuvieron formas previas de manifestarse. Llegaron hasta acá y continuarán hasta su resolución y renovación, ya sea en este envase o en el que le suceda.

También creo que las formas particulares a través de las cuales fueron vividos dichos temas básicos han ido gestando una cierta identidad de conciencia, que en otro nivel más profundo, también soy. Cuando me conecto con ese plano,  tengo la sensación de que con mi muerte física no terminará la experiencia de esa conciencia, aunque la individualidad Norberto Levy, sí siento que terminará.

De modo que la respuesta a tu pregunta depende del nivel de mi identidad sobre el cual me enfoque.

 

¿Cuáles son esos temas básicos?

Los seres humanos experimentamos relaciones básicas y universales: La relación madre-hijo, padre-hijo, hermanos, amigos, la relación con la pasión amorosa, la pareja, el trabajo, la creación, la declinación y la muerte, etc. Es algo así como el programa de materias que cursamos.  Necesitamos aprender a realizarlas de un modo amoroso para que cumplan su función esencial, que es la de ser un camino de crecimiento y disfrute. Frecuentemente no ocurre así y surgen conflictos. El mito de Caín y Abel del cual antes hablamos metaforiza el conflicto entre hermanos. Esa matriz conflictiva sigue su curso hasta que se resuelve. Algo similar a lo que ocurre entre los lobos: en los comienzos de la evolución cuando luchaban por la hembra o el territorio, la batalla terminaba con la muerte de uno de ellos. Luego de reiterar esa modalidad innumerables veces realizaron un aprendizaje y lograron resolver ese problema de otra manera: el que está siendo derrotado ofrece el cuello a su rival, y entonces el vencedor da por terminada la pelea, se aleja hacia el sitio más alto del terreno y se para allí mientras el otro se va. Este es un modelo típico de mejoramiento en la solución de un conflicto. Han resuelto ese tema con el mínimo daño de los protagonistas.

Los seres humanos recorremos un camino semejante.

Así como la herida marcha hacia la cicatrización, la conciencia marcha hacia la solución, cada vez más amorosa y resolutiva, de los conflictos destructivos que experimenta.

 

¿Es de alguna utilidad recordar vidas anteriores para resolver un conflicto?

Las vidas anteriores sin duda despiertan una fascinación mística. En parte porque vislumbrar la posibilidad de haber tenido vidas anteriores implica que es razonable pensar que habrá nuevas vidas después de ésta. En última instancia remite a ese nivel de la identidad que trasciende nuestra individualidad actual. Pero en relación a si es necesario para resolver un conflicto actual te diría que no es necesario. Stan Groff dice: «Por supuesto que todo lo que le pasa a una persona depende de lo que le ocurrió en los últimos cinco mil millones de años…»  Es una manera de expresar la inabarcable vastedad del pasado en cada uno. Y sin embargo, todo ese pasado está presente en el ahora, se explora en el ahora y se resuelve en el ahora.

 

¿Podría dar un ejemplo?

Tengo un conflicto con la exigencia: me siento exigido y eso me abruma y paraliza. En esta situación, los dos roles: el exigente y el exigido, son partes mías y están presentes ahora. Mi parte exigente demanda imperiosamente resultados, y mi parte exigida no es escuchada ni asistida. Trata de adecuarse a las órdenes que recibe pero como no está psicológicamente instrumentada, no produce los resultados que se le exigen. Entonces acumula impotencia y resentimiento. De ese modo se genera un círculo vicioso que produce cada vez más impotencia y exigencia. Si hago una experiencia de regresión puedo recordar que mis padres me trataban así, y si continúo más allá puedo evocar memorias en la edad media en las que me siento un campesino forzado a pagar más impuestos de los que puedo. Puedo seguir y verme como un esclavo egipcio obligado a latigazos a construir las pirámides… y así sucesivamente. Y también puedo evocarme en el rol opuesto: el de exigente, y recordarme como el implacable recaudador de impuestos o el Faraón que obligaba a sus esclavos sin miramientos. Y así puedo seguir, cada época ofrecerá una escenografía específica…y muy probablemente cierta. ¿Pero esos recuerdos curarán la exigencia? No. Sólo aportarán los antecedentes históricos del problema. La exigencia se cura cuando el exigidor actual vive y comprende el error de la creencia en la que se apoya, percibe el efecto contraproducente que genera sobre el exigido y comienza a escucharlo y asistirlo. Y como te dije antes eso ocurre en el ahora, se explora en el ahora y se resuelve en el ahora. Este problema es tan frecuente que en mi libro La Sabiduría de las Emociones destino un capítulo a mostrar en detalle cómo es ese aprendizaje. Pero este aprendizaje trasciende el tema de la exigencia y está presente por igual en todas las emociones y vínculos conflictivos.

 

¿Eso quiere decir que uno puede trascender su propia historia?

Efectivamente. Cuando uno se familiariza con las pautas de los vínculos conflictivos: exigidor-exigido, dominador-dominado, reprochador-reprochado, vencedor-vencido, controlador-controlado, etc. trasciende las formas particulares a través de las cuales dichos vínculos se expresan. Sé que puedo recorrer toda la historia -tanto la personal como la transpersonal- y encontrar en cada época una forma que le es propia a cada personaje de ese conflicto, pero ya no me centro en la forma sino en la esencia de ese vínculo. Y esa esencia está absolutamente presente en el ahora.

 

¿Puede ser que en otras vidas hayamos sido un animal o una planta?

Para muchos místicos sí y lo que afirman es que cuando una conciencia se expande crece hasta el punto en el que trasciende la comprensión que abarcaba hasta ese momento y puede penetrar en una sabiduría mayor.

 

¿Podemos ser un sabio en una vida, y un dictador en la siguiente?

Si la pregunta es si regresamos a formas inferiores de conciencia, la respuesta es que para el propósito del alma de crecimiento hacia la conciencia de Unidad, esa regresión no cumpliría ninguna función.

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¿Si pudiéramos hacerlo, elegiríamos nacer a esta vida?

Cuenta la tradición hebrea que hace mucho tiempo, los más altos rabinos fueron demandados por la comunidad a responder una pregunta similar: ¿Nacer, es una bendición? Luego de intensas jornadas de debate, como los rabinos no lograban ponerse de acuerdo, hicieron una votación, y el resultado fue: empate. La comunidad reclamaba una respuesta y entonces apelaron a un recurso extremo: Podían convocar a Dios, sólo una vez cada diez años, y decidieron utilizar esa oportunidad. Ya delante de El, un grupo le describió la belleza, la alegría, el éxtasis del amor que encontraban en la vida, y el otro grupo le describió la violencia, el maltrato, la codicia y la injusticia humana que veían. Dios dijo: He escuchado todas las voces… y no puedo inclinar la balanza… Los insto a que de aquí en más vivan de una manera tal que permita que la próxima vez que tengan que dar respuesta a esa pregunta, puedan afirmar que nacer es una bendición. 

 

¿Existe algún momento en que no sea necesario reencarnar mas?

Cuando se haya experimentado y reconocido, en forma total y completa, la propia Divinidad. Volviendo ahora a la metáfora del comienzo: cuando la hoja se reconoce plenamente como hoja y simultáneamente siente y sabe que ella es Árbol.

 

 

(Fuente: Entrevista brindada a F. Cataldo para  “Salud Alternativa”)

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Recursos

 

«No importa cuántos recursos usted tenga;
si no sabe cómo utilizarlos, nunca serán suficientes»

 

Dicho de un modo más positivo, encuentro preferible dedicarle nuestra atención y energía al aprendizaje de los recursos con que ya contamos (que son ilimitados) y la apasionante combinación que entre ellos se puede crear, que salir a la búsqueda de nuevos que sólo engrosarán nuestra nómina de «estudios formales» o «El deber ser social»

 

 

(Fuente: http://9gag.com/gag/905080)

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Soledad

Por Dr. Norberto Levy


 

Doctor. ¿Por qué se hace tan difícil vivir en soledad?

Existe una soledad padecida y una soledad disfrutada. A partir de esta distinción se abren dos preguntas fundamentales: ¿cuáles son las condiciones internas que generan una u otra soledad? Y ¿qué necesitamos aprender para poder pasar de la soledad padecida a la disfrutada?    Para responder estas preguntas es necesario primero reconocer que, en tanto ser humano soy un individuo en relación con otros, y soy también en mí mismo, un conjunto. Un conjunto de tendencias, impulsos, deseos, a veces armonizables, muchas veces contradictorias. El hecho de poder registrar que soy un conjunto y que albergo múltiples tendencias ya es un paso importante. Y más importante aún es el paso siguiente: ¿cómo se llevan entre sí las partes de ese conjunto que soy, especialmente cuando son contradictorias? En la práctica clínica se puede ver que en mucha gente sus diferentes tendencias interiores están en combate permanente entre sí. Se detestan, no se soportan.

 

¿Podría dar un ejemplo?

Pongamos uno bien sencillo: Una parte mía quiere ir a una reunión y otra quiere quedarse. ¿Cómo resuelvo esa dualidad? Solemos creer que para tomar una decisión, necesariamente una debe vencer a la otra. Entonces la que quiere salir se impone, obliga a salir a la que quiere quedarse y voy a la reunión. Si quien quería quedarse quedó derrotado, obligado a salir «sin chistar», en nombre de un eventual buen propósito, por más que parezca satisfactorio por que decidí algo, esta modalidad hace daño. Y lo hace porque la parte mía derrotada se siente no escuchada y queda abatida y resentida. Desde ese enojo se desquita saboteando a quien salió. Que a su vez contragolpea…, y así siguen en una batalla sin fin. Todo esto lo percibimos como tironeo interior, angustia y auto reproches: «Por tu culpa no puedo hacer las cosas que necesito…, te odio, sos mi mayor enemigo, quiero que desaparezcas», etc.

Si bien en el mundo externo, en situaciones en las que intervienen jerarquías, como por ejemplo en la relación jefe empleado, es adecuado algunas veces apelar a la orden para tomar una decisión, en el mundo emocional interior no rige en absoluto la ley de la imposición. La ley que rige es la del acuerdo entre pares. Cuando uno se apoya en la imposición de una parte sobre otra como un camino habitual para tomar decisiones los resultados son catastróficos.  Para hacerlo más claro aún es como si en el plano físico el hígado quisiera imponerse al estómago para que haga lo que él quiere y el estómago se rebelara y entonces ambos vivieran en guerra entre sí, para ver quien gana.

 

¿Cómo se relaciona esto con el tema de la soledad? 

Precisamente una de las consecuencias de esta modalidad es que la soledad se torna muy difícil y dolorosa. Uno hace cualquier cosa con tal de no estar solo porque estar solo es estar más en contacto con esa pelea interior en la que cada socio no se siente ni acompañado ni comprendido por el otro. Y ese aislamiento de cada socio interior es la base más profunda del sentimiento personal de soledad angustiosa e insoportable. Es la soledad padecida.

Cuando esas dos partes se dan cuenta que son socios de verdad, que las dos tienen el mismo derecho a existir, que entre ellas no cabe la imposición, y que por lo tanto van a dialogar hasta que encuentren una acción que las dos puedan suscribir, entonces se genera entre ellas la sensación de equipo cooperativo y solidario. Cuando los socios que me constituyen alcanzan ese estado, esa es la base más profunda del sentimiento de seguridad y confianza en mí mismo. Entonces la soledad es vivida de un modo muy distinto: no produce angustia y es más un sentimiento de intimidad que de aislamiento. Es como el campamento de base en andinismo: un lugar al que se vuelve para refugiarse de las tormentas, para reordenarse, recuperar fuerzas y así poder volver a salir. Es la soledad disfrutada.

Lo maravilloso de esta modalidad es que cuando se han establecido pautas interiores de colaboración  se le hace a uno más fácil encontrar caminos para hacer relaciones con otras personas, porque uno cuenta con el modelo interno y espontáneamente tiende a reproducirlo afuera. Y si el otro  -ya sea mi pareja, mi socio o un amigo- no concuerda, o la relación no es satisfactoria, no necesito someterme para continuarla a cualquier precio  porque tengo un lugar, que soy yo mismo, adonde volver.

Y ese es uno de los domicilios más preciados que podemos tener aquí en la tierra.

 

¿Hay algo más que ayude a estar bien en soledad? 

La otra base que ayuda a hacer habitable y grata la soledad es poder darle un sentido a la propia vida. Darle un sentido quiere decir inscribirla en algo más vasto, ya sea la idea de Dios, el Amor, algo que amo más que a mi propia vida, una causa que apasiona y que continúa luego de que yo muera, que puede ser tanto un trabajo comunitario o tareas de jardinería. Aquí no importa tanto la magnitud de la tarea sino la actitud con la que se la realiza. Todo esto es lo que habitualmente llamamos la dimensión trascendente de la vida. Esa conexión da un sentido de pertenencia, de compañía, que respalda y acompaña poderosamente en los momentos de soledad, más o menos prolongados, que a uno le pueda tocar vivir.

Una vez le preguntaron al maestro Atahualpa Yupanqui qué pensaba de las coplas anónimas, que pueblos enteros cantan sin saber el nombre del autor. Y él respondió que la vida premia al verdadero artista con el anonimato porque si bien nadie recordará su nombre, ninguna tumba encerrará su canto. A mí me impactó mucho esa respuesta porque muestra el amor a la obra más allá del propio nombre y apellido. Cuando uno ama la copla de ese modo, uno ES la copla y se siente nombrado por quienes la cantan. Esa es la esencia del trascenderse a sí mismo y sentirse parte de un movimiento más vasto que lo incluye y traspasa.  Cuando se alcanza esa vivencia la soledad personal ya no es algo que nos haga sentir aislados o desamparados.

 

¿Qué le diría a alguien que cree que su soledad es merecida por los errores que cometió en el pasado?

La soledad no es un castigo de la vida. Si estoy solo porque me rechazan es porque no he aprendido a producir relaciones que sean enriquecedoras o satisfactorias.Y eso no es exclusivamente por errores del pasado sino por problemas que también experimento en el presente, y que por lo tanto puedo y necesito resolver en el presente. Si cargo el tanque de mi auto con querosene y deja de andar no es por un castigo sino que ese hecho me confronta con la consecuencia de un error cometido. Y ese auto que se detiene, además de traer el dolor de la frustración, me abre también la posibilidad de un aprendizaje. La vida no castiga, me enfrenta con las consecuencias de mis actos, que es en última instancia, la manera de aprender.

 

¿La compañía se busca o simplemente se encuentra?

No hay tal cosa como «o se busca o se encuentra» como opciones absolutas. Lo más frecuente es que haya un poco de cada uno. Lo importante aquí es aprender a buscar bien y alguien lo hace cuando procura expandir y compartir lo que ya tiene en sí mismo. Es muy distinto cuando se busca a alguien para que nos trate mejor de lo que nosotros mismos nos tratamos; para que nos valore y nos haga sentir importantes y así compensar nuestra propia desvalorización. En general esa expectativa no se cumple y lo deja a uno peor. Es más adecuado que yo me disponga a resolver mi propia desvalorización donde corresponde, es decir en mi mismo, y no que busque al otro para que me salve de mi sensación de minusvalía.

 

Alguien por naturaleza antisociable, ¿está condenado a estar solo?

Los eventos sociales no son la única forma de relación. Hay personas que prefieren y disfrutan más los marcos más intimistas donde hay tiempo para una conversación sostenida. Y esto es tan legítimo como la sociabilidad. Y no significa quedar solo. En la medida en que uno esté claro con eso y lo haga saber, podrá encontrar personas a quienes les ocurre lo mismo, y podrán crear el ámbito más afín con sus tendencias personales.

 

¿Qué le diría a una persona que quedó viuda después de un largo matrimonio, y siente que su destino es envejecer sin compañía?

Le diría que revise esa idea que tiene del destino. No es un homenaje a su cónyuge fallecido no vivir nunca más con nadie. La dirección natural de la vida es que la capacidad que desarrolló con su esposo(a) la pueda expresar en otras relaciones, a través del nuevo formato que puedan tener, en función de las circunstancias. Lo esencial es que pueda mantener y enriquecer sus posibilidades de intercambiar afecto, de ser ayudada y ayudar a vivir, mientras viva.

 

¿Qué consejos le daría a los padres angustiados que padecen el denominado “síndrome del nido vacío”, cuando los hijos se van a vivir solos y la casa empieza a quedar grande?

Es una cuestión de grados, porque cada vez que una forma de intercambiar afecto termina y cambia, hay un tiempo de adecuación. Cuando dejamos la escuela primaria y pasamos a la secundaria, hay un tiempo en donde uno siente cierta tristeza por la forma que terminó, y al empezar la secundaria el proceso de crecimiento adopta otra forma. Con el o los hijos pasa lo mismo, y no sólo ocurre cuando se va, sino cuando deja de estar en la panza y pasa a ser un bebé, el primer día de clase, cuando por primera vez va a dormir a la casa de un amiguito o se va solo de vacaciones. Es decir que hay una serie de graduaciones, que van mostrando el cambio que se produce en la calidad de esa relación. Eso requiere la capacidad de discriminar la esencia de la forma, para no quedar identificado con la forma. Hay personas que, por ejemplo, quedan tan identificados con la forma de tener un bebé en brazos, que cuando el niño empieza a caminar les resulta un doloroso esfuerzo aceptar esa otra forma en la cual son menos necesitadas por su hijo. De modo que en un vínculo es un extraordinario ejercicio diferenciar la esencia afectiva de la forma que adopta ese intercambio. Cuando puedo hacer eso, empiezo a ver que la forma es forma y que está destinada a desaparecer, porque el ser temporaria es inherente a su cualidad misma. Y la esencia afectiva continúa. Eso me permite dejar de creer que la relación con mi hijo «era de verdad» cuando lo ayudaba a hacer los deberes, o cuando él tenía su cuarto en mi casa.

 

¿Cuáles son sus recomendaciones para quienes están solos porque, consciente o inconscientemente, sienten incapacidad para pedir ayuda, y se aíslan por su omnipotencia?

-Cuando uno llegó a la conclusión, en la relación con los otros, que «mejor no me comunico porque, en el fondo, van a ser más problemas que soluciones», es porque tiene esa experiencia dentro suyo. Si él, en su diálogo interno, produce más sufrimiento que soluciones, le va a quedar una imagen de los diálogos como algo estéril y piensa que es mejor silenciarlos porque lo que traen son discusiones y acusaciones inútiles. Es el tipo de persona que luego necesita evadirse de sí, ya sea a través de la televisión, el shoping, las múltiples ocupaciones, o lo que sea. Poder relacionarse bien sin duda enriquece porque recibo lo que me falta y aporto lo que tengo pero eso lamentablemente no siempre viene dado y es necesario aprenderlo. Y vale la pena hacerlo porque permite reconectarse con la esencia misma de la vida. La vida es interacción cooperativa, ya sea entre dos células  o entre dos personas.

 

¿Es cierto que la compañía tiene un efecto curativo? 

-Depende de cómo nos acompañen. Es bueno estar atentos para no descalificar sutilmente a la soledad y creer: «si estoy acompañado, me salvé y si estoy solo, soy un fracasado y me avergüenzo». Si alguien, por ejemplo, recibe la visita de un familiar en el hospital, en una atmósfera de reproches y malestar, lo más probable es que se quede peor que antes de la visita. En cambio, si la persona que está sola está asumiendo ese momento y se siente bien, la soledad puede ser también curativa. De modo que hay que tener cuidado para no inclinar la balanza y atribuirle a la compañía todas las virtudes, y a la soledad  todos los defectos. Las dos experiencias son igualmente necesarias, y hay que pasar por las dos. Porque si no sé estar solo, voy a sobrecargar y abrumar a quien se relacione conmigo. Comunicarse es enriquecedor pero si no he aprendido a observar al otro, y reconocer si está cansado o se está durmiendo mientras le hablo, entonces, esas son más descargas que comunicación. Cuando quiero contarle algo a alguien es bueno que pueda  preguntarle antes si está disponible para escuchar. Por todo esto es que estar solo o acompañado no son dos opciones excluyentes. Es más bien: aprender a estar solo para poder estar acompañado, y aprender a estar acompañado para poder estar solo. Los dos son momentos igualmente necesarios.

 

 

Entrevista brindada a F. Cataldo para “Salud Alternativa”
Fuente: http://www.autoasistencia.com.ar/articulos/articulo11.html#
Imagen: http://www.widedesktopwallpapers.net/3d/images/loneliness.jpg

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¿Realmente?

 

Por Don Miguel Ruiz y Don José Ruiz (extracto)

 

“Tu historia se basa en todo lo que sabes sobre ti, y cuando digo esto, te estoy hablando a ti, conocimiento, lo que tú crees que eres, no a ti, ser humano, lo que realmente eres. Como puedes ver, establezco una distinción entre tú y porque uno de los dos es real y el otro no lo es. , el ser humano físico, eres real; eres la verdad. Tú, conocimiento, no eres real; tú eres virtual. Sólo existes por los acuerdos que estableciste contigo mismo y con los seres humanos que te rodeaban. Tú, conocimiento, provienes de los símbolos que oyes en tu cabez, de todas las opiniones de la gente a la que amas, de la gente a la que no amas, de la gente a la que conoces, y, sobre todo, de la gente a la que nunca conocerás.

“¿Quién está hablando en tu cabeza? Supones que eres tú. Peo, si tú eres quien hablas, entonces ¿quién está escuchando? Tú, conocimiento, eres el que está hablando en tu cabeza y diciéndote lo que eres. , el ser humano, estás escuchando, pero , el humano, existías mucho antes de que tuvieras el conocimiento. Existías mucho antes de que entendieses todos esos símbolos, antes de que aprendieses a hablar y, al igual que antes de que cualquier niño o niña aprenda a hablar, eras completamente auténtico. No fingías ser lo que no eres. Incluso sin siquiera saberlo, confiabas plenamente en ti mismo; te amabas enteramente a ti mismo. Antes de que adquirieses el conocimiento, eras totalmente libre para ser lo que realmente eres porque las opiniones y las historias de otros seres humanos no estaban todavía en tu cabeza.

“Tu mente está llena de conocimiento, pero ¿cómo estás utilizando la palabra cuando te toca describirte a ti mismo? Cuando te miras en el espejo ¿te gusta lo que ves o juzgas tu cuerpo y utilizas todos esos símbolos para decirte mentiras? ¿Es realmente verdad que eres demasiado bajo o demasiado alto, demasiado grueso o demasiado delgado? ¿Es realmente verdad que no eres guapo? ¿Es realmente verdad que no eres perfecto tal y como eres?

“¿Eres capaz de percibir todos los juicios que tienes sobre ti mismo? Cada juicio es sólo una opinión ­—es sólo un punto de vista— y ese punto de vista no estaba ahí cuando naciste. Todo lo que piensas sobre ti, todo lo que crees sobre ti, lo piensas y lo crees porque lo aprendiste. Aprendiste las opiniones de mamá, de papá, de tus hermanos y de la sociedad. Ellos te enviaron todas esas imágenes de la apariencia que debería tener un cuerpo; expresaron todas esas opiniones sobre cómo eres, sobre cómo no eres, sobre el modo en el que deberías ser. Te entregaron un mensaje y tú estuviste de acuerdo con él. Y ahora son muchas las cosas que piensas sobre cómo eres, pero ¿son la verdad?

“Como ves, el problema no es realmente el conocimiento; el problema es creer en una distorsión del conocimiento: a eso es a lo que llamamos una mentira. ¿Qué es la verdad y qué es la mentira? ¿Qué es real y qué es virtual? ¿Ves la diferencia o te crees a esa voz en tu cabeza cada vez que habla y distorsiona la verdad mientras te asegura que las cosas son realmente como crees que son? ¿Es realmente verdad que no eres un buen ser humano y que nunca serás lo bastante bueno? ¿Es realmente verdad que no te mereces ser feliz? ¿Es realmente verdad que no eres digno de ser amado?”

 

Fuente: El Quinto Acuerdo, de Don Miguel Ruiz y Don José Ruiz (pp.49-51)

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¿Quién movió mi queso?

 

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